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Oi, England!

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Nunca el fútbol inglés vivió, ni antes ni después, un período de tal esplendor como el de finales de los 70 y principios de los 80. En términos competitivos, la liga inglesa dominó Europa con mano de hierro durante este período. Durante las épocas de dominio de Ajax y Bayern Munich, con el apogeo del fútbol total, parecía que el fútbol británico no veía la salida al final del túnel. Seguían llegando lejos en Europa, claro, pero nadie consideraba ya al fútbol de la Islas un referente. Sin embargo, cuando el brillo de Cruyff y Beckenbauer se apagó, fueron los conjuntos salidos de Gran Bretaña, y especialmente los ingleses, quienes crecieron y controlaron Europa. Primero con un Liverpool que venía avisando durante toda la década con su passing game. Dos Copas de Europa cayeron en 1977 y 78, derrotando a dos genuínos representantes del fútbol moderno, de intercambio de posiciones, de fuera de juego tirado científicamente, de despliegue físico abrumador… El Moenchengladbach y el Brujas cayeron ante los reds, como ya lo habían hecho anteriormente en sendas finales de la Copa de la UEFA. Tras los rojos de Liverpool, llegó el turno de Clough de hacer historia en Europa. Se había quedado a las puertas con su Derby County en 1973, y volvió a la carga con un aún más sorprendente Nottingham Forest. Se la había pegado bien con un magnífico equipo del Leeds que nunca le perteneció, pero construyó un Forest poderoso, atacante, desafiante, que acabó primero con el Liverpool y, luego, con una hornada de nuevas potencias que surgían en Europa por aquel entonces, empezando por la nueva guardia alemana, representada por el Colonia y el Hamburgo. Caído el Forest, volvió el Liverpool e, incluso representados por un sorpresivo Aston Villa –quizá el peor campeón de la historia de la Copa de Europa, el fútbol inglés siguió llevándose la Orejona a casa año tras año. El Liverpool volvería un par de años después y, hasta el fatídico 29 de mayo del 85 en Heysel, el fútbol inglés siguió mandando Europa, aún con el HSV y la Juve haciendo exitosos cameos.

Más allá de los triunfos en los terrenos de juego, ésta fue una época difícil para Gran Bretaña. El país se debatía en medio de una tremenda inestabilidad que abarcaba todos los sectores de la vida. Empezando por una situación de guerra civil en Irlanda del Norte, con trabajadores protestando contra la situación laboral y el paro alcanzando el 15%, las ciudades se vieron salpicadas por terribles enfrentamientos callejeros, y finalmente con el país yendo a la guerra contra Argentina por un pequeño grupo de islas perdidas en el Atlántico sur al que todavía hoy nadie sabe como referirse. ”¡Malvinas argentinas! Do you mean the Falklands?”. Incluso el Papa visitó por primera vez las Islas para tratar de resolver el conflicto entre las iglesias Católica y Anglicana. Poco lo notó la sociedad. Por momentos el país parecía que se caía a pedazos, aunque luego intentasen dar una falsa impresión de unidad con eventos tan pomposos como las bodas reales de los miembros de la familia Windsor.

En medio de todo esto, situamos la Copa del Mundo de 1982. Para los ingleses es sólo otro más de una larga lista de torneos decepcionantes, pero en realidad tuvo la importancia de ser el punto de inicio de una nueva era, una que terminó una noche turinesa de 1990, en la que la selección inglesa volvió a ser élite mundial. Este Mundial empezó con pocas expectativas por parte de la afición inglesa, pero terminó con una selección volviendo a casa invicta, aunque sin el trofeo, obviamente.

Los clubes ganaban y gustaban. La selección ni uno ni lo otro. El eterno sino de la “Three Lions”.

Inglaterra había pasado los 70 tropezando continuamente en cuanta piedra encontraba en el camino. En 1970 habían viajado a México como campeones del mundo, con un equipo impresionante, probablemente mejor que el que les había permitido levantar la Copa, y de hecho fueron la selección que más cerca estuvo de batir a la mágica selección brasileña de los cinco dieces. Luego llegaron dos decisivas derrotas ante Alemania. Primero el equipo dirigido por Alf Ramsey fue eliminado del Mundial por Gerd Müller, Beckenbauer y los suyos tras haber dominado el partido. A pesar de que esta derrota dolió, muchos aficionados la disculparon amparándose en la ausencia de Gordon Banks y en la extraña sustitución de Bobby Charlton “para descansar para las semifinales”. Fueron dos elementos clave, pero no hasta el punto de olvidar lo demás. No volvería a pasar decían. Y pasó. Sólo dos años después.

Brian Clough optó, de nuevo, a suceder a RevieY además ocurrió en Wembley. Inspirados por un imparable Günter Netzer, los alemanes dominaron a los de Ramsey y los eliminaron de la Eurocopa en esos cuartos de final a doble partido que se jugaban entonces. Esta derrota, y la manera en que fueron dominados, dejó muy tocada a la selección inglesa. Y lo peor estaba por llegar. En 1973, una sorprendente Polonia les dejaba fuera del Mundial, también en Wembley. Ramsey fue cesado y sustituido por Don Revie, el técnico inglés más exitoso de la época, que venía realizando un excelente trabajo con su –Dirty– Leeds desde hacía más de diez años. Pero en vez de levantar el vuelo, la selección se estancó. Los continuos cambios de Revie –para cambiar nada- dejaron a Inglaterra sin Mundial en 1978 también. A Revie le faltó tiempo para huir a Oriente Medio a conseguir sus últimos enormes cheques. El obvio sucesor de Revie era su gran rival, Brian Clough, quien pregonaba un fútbol muy distinto al suyo y hubiera supuesto un soplo de aire fresca en una institución que olía a polilla y cerrado.

Pero ni en broma. El lenguaraz Clough era uno de los peores enemigos de los conservadores dirigentes de la FA y, aunque incluso llegó a ser entrevistado para el puesto, este finalmente fue a parar a Ron Greenwood, el técnico del West Ham. Greenwood era el genuíno representante de “la Academia”, conocido por practicar un fútbol muy atractivo. Además, uno de los pesos pesados del equipo nacional, a la par que uno de sus talentos más infrautilizados, era la estrella hammer, Trevor Brooking, un centrocampista de ida y vuelta con muchísima más clase que pulmones –de los que tampoco iba falto-.

En 1980 Inglaterra se clasificó finalmente para otro torneo internacional, la Eurocopa de Italia. El torneo, uno de los más tristes que se recuerdan, tampoco fue un nuevo amanecer glorioso para la “Three Lions”, sino más bien otro fracaso. Derrotada por los italianos, controlada por los sorprendentes belgas y sólo capaz de batir a España en un tercer partido que ya no servía para absolutamente nada.

¿Qué pasaba con la selección? ¿No era capaz de montarse en la ola de éxitos creada por sus clubes?

Como ya dijimos, lo más extraño de todo esto es que, mientras la selección se la pegaba una y otra vez, los clubes ingleses eran potencia. Y además Inglaterra contaba con Kevin Keegan, el dos veces Balón de Oro, uno de los reyezuelos del fútbol mundial en el período entre Cruyff y Maradona. Una de las respuestas es que muchos de los jugadores clave de los exitosos clubes ingleses no podían jugar con Inglaterra. Eran escoceses, galeses o irlandeses. Dalglish, Souness, Robertson, Wark, Rush, Jennings, Whiteside, etc. eran una bendición para sus clubes, pero una maldición para la más poderosa de las “Home Nations”.

Polonia casi les deja fuera de España 1982Así pues, cuando comenzó la clasificación para España 82, nadie esperaba gran cosa de los ingleses. Keegan se hacía viejo e incluso había dejado el Hamburgo para volverse a casa con el sorprendente Southampton, Brooking renqueaba y Trevor Francis se pasaba más tiempo en la enfermería que en el campo. Inglaterra quedó encuadrada en un grupo duro, pero superable, con Noruega, Rumanía, Suiza y Hungría. Y la cosa empezó fatal. Se ganó fácil a los noruegos en Wembley, pero luego llegaron derrotas ante un físico equipo rumano y ante la sorprendente Suíza de René Botteron y Claudio Sulser. Inglaterra, al borde de la eliminación, consiguió una grandísima victoria en el Nepstadion de Budapest gracias a unos fantásticos Keegan y Brooking. Era quizá la salida más difícil del grupo e Inglaterra respiraba aliviada. Pero, en una de las mayores sorpresas de la historia de la selección, Noruega venció 2-1 en casa e Inglaterra parecía de nuevo eliminada y acumulaba seis derrotas en sus últimos diez partidos. Histórico es el relato del comentarista noruego: “Admirante Lord Nelson… Winston Churchill… Maggie Thatcher… ¡¡vuestros chicos se han llevado una buena paliza!!”. Lo que pareció una simple, pero brillante, muestra de euforia ante una inesperada victoria se convirtió en un comentario que martilleó a Mr. Greenwood y sus jugadores durante las siguientes semanas. La prensa inglesa no hace prisioneros.

Cuando todo parecía perdido, Rumanía perdió en casa con Suiza. Inglaterra había recibido un último aliento. El Mundial iba a incluir por primera vez a 24 equipos, así que Europa tendría 13 representantes, con los primeros y segundos de grupo clasificándose. Inglaterra ya no podía ser primera, pero sí segunda si batía a Hungría otra vez. Por primera vez desde la guerra, la jornada de liga de la semana anterior fue suspendida. Noventa mil espectadores se apelotonaron en Wembley, millones convirtieron la retransmisión televisiva en un récord e Inglaterra jugó su mejor partido en más de una década. Hungría nunca tuvo una oportunidad –tampoco es que estuviesen excesivamente motivados, con su billete para España bajo el brazo-. Aún con todo, sólo hubo un gol, el del gigantón Mariner tras un saque de falta. Inglaterra volvía a la Copa del Mundo.

Tras colarse en el Mundial por la gatera nadie esperaba nada bueno del mismo. El propio Ron Greenwood anunció su renuncia una vez más –lo hizo no menos de cinco veces durante sus años de mandato- y la prensa siguió metiendo presión sobre él y sus jugadores. Del hombre alegre y su fútbol vistoso en el West Ham no quedaban ni las virutas. Greenwood sufría cada día en el cargo, recibiendo constantes críticas por su confianza en veteranos como Keegan y Brooking. El primero, egocéntrico como él sólo, incluso tiraba balones fuera que dañaban más a Greenwood, mientras que Brooking, su ojito derecho, era tan enfermizamente educado que no decía nada para no enfadar a ninguna de las partes. Enfadando a ambas. Finalmente, las aguas se calmaron un poco cuando la FA contrató a Don Howe, un sargento de la vieja escuela, conocido por su trabajo en el Arsenal, para encargarse de la defensa.

Inglaterra viajó a España envuelta en mil problemas, y no sólo futbolísticos.

Tras clasificarse sin brillo, Inglaterra sorprendentemente permanecería sus siguientes 13 partidos invicta, ganando nueve y encajando sólo tres goles. El trabajo de Howe parecía dar sus frutos. De hecho, esta racha los puso en disposición de luchar por la Copa del Mundo, algo que mirado con ojos de 2014 parece ciencia ficción. El problema es que en 1982 a nadie pareció importarle, ya que los británicos estaban ocupados en cosas más importantes.

Los altercados en los barrios obreros a lo largo de todo el país crecían sin parar, más a menudo y más violentos que nunca. La economía se tambaleaba y millones de trabajadores se iban al paro, echando más leña al fuego de la protestas. Las políticas de Margaret Thatcher estaban enviando a una generación entera al abismo, y el abismo, como suele decirse, le miró a los ojos y protestó. Y luego, casi a final de temporada, con el Aston Villa consiguiendo un sorprendente título de campeón de Europa, y el Liverpool y el Ipswich de Bobby Robson luchando por el título hasta casi la jornada 41, a Argentina se le ocurrió invadir las Malvinas, asestando un terrible golpe al orgullo británico, que ya de por sí estaba bajo mínimos. Parecía que ya nadie estaba orgulloso del “red, white and blue”, aunque los “Cock Sparrer” no opinasen lo mismo.

Los temidos hooligans les siguieron a EspañaCasi para escapar de toda esta locura, 25 mil jóvenes ingleses viajaron al norte de España -muchos de ellos vía ferry desde el sur de la Isla- para ver jugar a Inglaterra en el Mundial. Incluso la participación de Inglaterra estuvo en duda. El gobierno se preguntaba cómo podía Inglaterra jugar en el mismo torneo que Argentina cuando cientos de soldados británicos y argentinos morían en el Atlántico Sur. La guerra terminó justo un día antes de que el Mundial comenzase, precisamente con el partido de Argentina y un par de días antes del debut inglés en San Mamés ante los franceses. Muchos de estos jóvenes llevaban tatuado el bulldog que la FA había convertido en mascota para este Mundial y que, por arte de magia, se volvió un matón y acabó convertido en un símbolo hooligan a lo largo del mundo. Pobre Bobby, parecía un buen perro.

La previa del encuentro estuvo llena de dudas. Primero sobre la competitividad de los de Michel Hidalgo. Se decía que eran talentosos, pero blandos, y que nunca ganarían nada si no ponían un poco de músculo en su mezcla de talento y juego atacante. Por parte inglesa, la duda era quién jugaría en ataque, ya que Keegan estaba lesionado y Brooking, en el medio, también. Inglaterra contaba con una plantilla larga y con experiencia competitiva a nivel de club. Peter Shilton y Ray Clemence guardaban la puerta, protegidos por la espigada presencia de Terry Butcher, las subidas al ataque de los laterales Kenny Sansom y Viv Anderson y el oficio del capitán Mick Mills y Phil Thompson. El centro del campo tenía mucha calidad aún sin Brooking. Ray Wilkins era un joven organizador cotizado en Europa, el torrencial Bryan Robson era la quintaesencia del box-to-box, Steve Coppell, en la derecha, un jugador muy técnico, excelente en el toque de balón, aunque no rápido. Y luego estaba Glenn Hoddle, del Tottenham, una maravilla de centrocampista atacante, siempre asediado por los críticos debido a su reticencia a trabajar defensivamente y a quien Greenwood parecía no tenerle excesiva fe. Arriba, el tanque Mariner, los rapidísimo Tony Woodcock y Graham Rix y el talentoso Trevor Francis, además del lesionado Keegan. Había habido polémica por la decisión de Greenwood de dejar fuera a Gary Shaw y Tony Morley, los hombres más creativos del Aston Villa campeón europeo, que vio su representación reducida al gigantón Peter Withe como delantero centro.

Otra preocupación en torno a Inglaterra eran sus aficionados. En el apogeo de la era del hooliganismo, la impecable organización del Mundial español vendió entradas a ingleses que terminaron en sector francés. Las batallas campales en las gradas comenzaron en el mismo momento en que ambas aficiones se encontraron, con un tercer invitado repartiendo palos a diestro y siniestro, en forma de Policia Nacional. No contentos con sus típicos cánticos sobre la Segunda Guerra Mundial, Irlanda del Norte o Argentina, muchos aficionados ingleses empezaron a hacerse con ikurriñas y a aprender canciones nacionalistas vascas, lo cual, mezclado con cantidades industriales de alcohol, los hizo aún menos populares entre la Policia.

Con las primeras páginas de los periódicos ingleses dominadas por la Guerra de las Malvinas, la violencia en España apenas tuvo eco. Miles de hooligans ingleses volvieron a casa con ojos morados, narices rotas y algunos incluso fueron apuñalados y hospitalizados. Tan pronto como los problemas empezaron, grupos de fascistas españoles empezaron también la caza del hincha inglés, y la actitud de la Policia de pegar primero y preguntar después, especialmente si el grupo de hinchas era pequeño, no resolvió muchas cosas. Cuando Inglaterra viajó a Madrid para la segunda fase, los problemas no podían sino crecer.

La aventura mundialista de los ingleses empezó con unas sensaciones inmejorables.

En el partido en sí, Inglaterra superó a Francia claramente en el césped de San Mamés. El estadio era un horno y el despliegue físico de los de Greenwood fue tan bestial que casi nadie daba posibilidades a los franceses de pasar incluso el grupo. Bryan Robson marcó a los 27 segundos con una volea llegando desde atrás tras un saque de banda. Sólo en los minutos que precedieron al gol francés, marcado por Soler desde un ángulo bastante difícil, parecieron los galos poder hacer daño. Michel Platini apenas tocó bola, dominado por Robson y Wilkins, una de las parejas más dinámicas del Mundial. Hasta el tosco Paul Mariner, que jugó arriba acompañado de Trevor Francis, pareció un jugador de clase mundial. El resultado de 3-1 prometía tanto que hasta los hooligans pararon de pelearse para celebrar brevemente. Las reservas de cerveza no notaron la diferencia.

Inglaterra gustó en sus dos primeros partidosLa victoria, y el modo de conseguirlo, supusieron un subidón de moral. Seguramente el mejor partido de la selección desde aquel contra Brasil en Guadalajara doce años antes. Greenwood se aprovechó de la inercia de esta magnífica actuación. Aún sin Brooking, Keegan y con Robson lesionado, Inglaterra controló perfectamente a los checoslovacos y dos goles de Mariner y Francis aseguraron la victoria. Sorprendentemente, Inglaterra era el primer equipo europeo en clasificarse para la segunda fase. Mientras, en casa, el fútbol iba adueñándose poco a poco de las noticias. Se había ganado la guerra y se estaba ganando en el Mundial, ¿qué más podía pedir Margaret Thatcher y su campaña para elevar la moral de sabe dios quien? El tercer partido fue un poco anticlímax. Con un montón de suplentes –Foster, Neal, Hoddle-, sólo se pudo ganar 1-0 a Kuwait, pero nadie le dio mucha importancia. Sin embargo, pequeños problemas iban apareciendo. Pequeños. De momento.

La segunda fase, que todavía se disputaba con una absurda liguilla, esta vez de tres equipos, trajo para Inglaterra un premio envenenado a su brillante primer puesto de grupo. España, los anfitriones, y Alemania, los campeones de Europa, habían rendido bastante por debajo de lo esperado, y se encuadraron junto a los de Greenwood en un grupo en el Santiago Bernabéu. El ganador iría a las semifinales en Sevilla.

Todavía sin Robson, Brooking y Keegan –algunos empezaban a preguntarse por qué se había seleccionado a los dos últimos-, Grenwood seguía resistiéndose al clamor popular que pedía a Glenn Hoddle para aportar la creatividad de la que el equipo carecía en el centro del campo. Contrariamente a lo que se le suponía cuando se le contrató, el entrenador siguió confiando en la defensa. La influencia de Don Howe era cada vez mayor. Sólo habían encajado tres goles en el último año, y Mariner y Francis había marcado diez entre ambos en los últimos diez partidos. ¿Quién podía culparle?

Fuera del campo, y siguiendo la ola del inesperado buen rendimiento del equipo, miles de hinchas ingleses llegaban a España, algo que la organización no podía ya controlar. Apenas quedaban plazas hoteleras, con lo cual los ingleses vivían en la calle –con todo lo que ello conllevaba, especialmente con bandas de neonazis cazando todas las noches-, e increíblemente, los hooligans seguían consiguiendo entradas cuya única consecuencia era tener a grupos de vándalos campando descontroladamente por zonas de los estadios donde no deberían estar. Con la policía no pudiendo controlar a la afición inglesa, estos comenzaron a moverse en grupos enormes. Muchos todavía llevaban las banderas vascas que había conseguido en Bilbao, a pesar de que ello te convertía en blanco perfecto para ser atacado por policías, fascistas o ambas cosas en muchos casos. Esta gente de inocente no tenía un pelo, de hecho sabían exactamente lo que hacían. Pelearse y buscar problemas era parte de la “fan culture” inglesa desde hacía más de diez años. Dos años antes, en la Eurocopa, los carabinieri tuvieron que usar gas lacrimógeno para controlarlos, con tan mala suerte de que el viento llevó parte del humo –y sus consecuencias- al campo, provocando que un partido tuviese que ser parado. La violencia de estos hinchas, animados directa o indirectamente por la propia Federación, siguió acompañando a Inglaterra durante más de una década.

El duelo ante Alemania estuvo marcado por el calor y la igualdadCuatro días después de derrotar a Kuwait, Inglaterra jugó contra Alemania en el Santiago Bernabeu. Con incidentes entre ingleses y españoles en las calles, los aficionados dentro del estadio iban mayormente con Alemania. Greenwood había recuperado a Robson, pero este no estaba al cien por cien. Robson apenas se proyectó en ataque, lo cual era una de sus características más peligrosas, y se dedicó a aguantar el centro del campo junto a Wilkins. Quizá hubiera sido el momento perfecto para usar a Hoddle, especialmente viendo que Graham Rix no estaba jugando bien. Pero Greenwood mantuvo su apuesta defensiva. Keegan y Brooking, por supuesto, seguían lesionados. El partido comenzó con ambos equipos demostrando mucha cautela. Alemania era uno de los grandes favoritos para el Mundial antes del comienzo del mismo, siendo campeones europeos y jugando un gran fútbol los dos años anteriores bajo el mando de Jupp Derwall. Pero tras su sorprendente derrota contra Argelia en el primer partido, parecieron perder toda su confianza. Su rendimiento en el Mundial estaba siendo decepcionante, con muchos problemas físicos y un vestuario roto por los enormes egos que por allí pululaban: ninguno más grande que el de Paul Breitner.

La temperatura era increíblemente alta para un partido nocturno –este Mundial se disputó en el verano más caluroso de España en 50 años- y el partido fue tedioso hasta el extremo. Al igual que Robson, Rummenigge arrastraba una lesión que estaba afectando a su rendimiento. Francis y Mariner fueron perfectamente controlados por los hermanos Förster, al igual que la defensa inglesa hizo con Manni Kaltz, que no pudo hacer gala de sus perfectos y medidos centros. Hasta los últimos 15 minutos no cobró vida el partido. Breitner se hizo con los mandos del centro del campo y Littbarski revolucionó el ataque cuando entró. Rummenigge estrelló un balón contra el poste y Robson tuvo la mejor ocasión inglesa, pero Schumacher desvió su cabezazo. El empate a cero dejó contentos a ambos equipos, ya que los dos contaban con derrotar a España.

Contra España se trataba de ganar, y hacerlo por el mayor margen posible para Alemania e Inglaterra.

Greenwood tenía seis días para recuperar a Brooking y Keegan. Ambos estaban cerca de la recuperación, pero el atacante había pasado tanto tiempo lesionado que, aún apto para jugar, no estaba en forma. Hacía tres años de su segundo Balón de Oro, cinco de sus tiempos de gloria en Liverpool y sólo había marcado dos goles con Inglaterra desde 1980. De hecho, tanto Mariner como Francis seguían siendo mejores opciones. Pero seguía siendo famoso y el capitán del equipo. Era difícil dejarle fuera si no estaba lesionado o sancionado. Todavía tenía esa capacidad de los jugadores especiales para condicionar defensas sólo con su presencia. Brooking era, de hecho, mucho más importante que Keegan. En los últimos tres años había estado jugando muy bien con Inglaterra, mucho mejor que cuando era joven. Era, sin duda, el motor, el cerebro del mediocampo inglés, y su conexión con Francis y Keegan había dado muchos réditos en el pasado. Con él junto a Robson y Wilkins en el medio incluso se podría encontrar espacio para el poco sacrificado pero talentoso Hoddle. O para usar a Coppell o Rix en su posición natural en la banda, quitándoles la obligación de venir al centro para ayudar a los del United. El veterano Brooking daba ese puntito extra que transformaba a Inglaterra de un buen equipo a un gran equipo. Desafortunadamente, era imposible que pudiese jugar el partido completo.

Los seis días se hicieron eternos dentro y fuera del equipo inglés. Dentro, la presión sobre Greenwood aumentaba por parte de la prensa. Fuera, los soldados de las Falkland estaban de vuelta y las noticias giraban en torno a los incidentes de los aficionados. La policía española había comenzado a usar armas electrificadas para lidiar con los hooligans, y no pasaba un día en que un grupo de ellos no fuese apalizado o detenido. O ambas. El problema es que no sólo hooligans recibían este tratamiento. Aficionados no violentos –sólo borrachos- no solían librarse de las caricias de una policía que, a estas alturas de torneo, vivía en un estado de fibrilación contínua. El ambiente en el Bernabéu era hostil hacia ellos. No hubieran estado más incómodos ni en Buenos Aires.

Pese a jugar contra una España KO, Inglaterra no se pudo clasificarEl partido decidía el pase a semifinales. España estaba eliminada al ser derrotada 2-1 por Alemania, por lo tanto Inglaterra necesitaba un mínimo de dos goles de diferencia para enfrentarse en semis con los franceses, quienes habían despertado y arrasado en su grupo de cuartos con un fútbol fantástico. Todos iban en contra de los ingleses. Entre otras cosas porque eliminarles significaba enviar a casa a todos los hooligans. España salió con su habitual equipo lleno de jugadores de garra y poco más. Inglaterra estaba sin Coppell, lesionado, lo cual restaba aún más creatividad a su centro del campo. Greenwood, aún así, no puso a Hoddle, sino a Woodcock, optando por un 4-3-3, usando a Rix en una posición poco habitual como volante. Como venía siendo habitual, la defensa se mostró firme gracias al fantástico trabajo de Don Howe. A largo plazo su trabajo perjudicó a Inglaterra, ya que fue llamado por Bobby Robson y Graham Taylor durante sus etapas para solucionarles la papeleta de la línea defensiva. Sus ideas funcionaron en 1982, como lo había hecho en el Arsenal en los ’70, pero sus férreos planteamientos fueron superados avanzados los ’80 y ’90. Así pues, Inglaterra estaba bien asentada y España empezó muy nerviosa –el que más, como durante todo el torneo, Arconada-. Parecía que el peso del fracaso total empezaba a aplastarles. Los ingleses crearon algunas oportunidades pero el gol se resistía. Con media hora por jugar, Greenwood jugó su última baza, haciendo entrar a Keegan y Brooking.

La presencia del capitán del West Ham se notó inmediatamente. Encontró espacios donde nadie más los había visto y rápidamente se fabricó una oportunidad de gol. Con un movimiento fuera-dentro en el vértice del área descargó un cañonazo que obligó a Arconada a hacer un paradón. Seguramente el único de todo el campeonato. Inglaterra siguió creando ocasiones. En la más clara, Robson irrumpió desde segunda línea, puso un centro medido a la cabeza de Keegan y este la envió fuera. El tiempo se acababa, al igual que la Copa del Mundo para selección inglesa. Alemania se enfrentaría a Francia en un legendario partido en la semifinal de Sevilla. Un partido que Inglaterra, al menos esta, jamás hubiera podido jugar.

La imagen no fue mala e Inglaterra no conoció la derrota, pero no habría título mundial. Otra vez.

Los de Greenwood se volvían a casa imbatidos, encajando sólo un gol y marcando seis. Pero a casa igualmente. Su cuenta de goles, como bien se decía en la película oficial del Mundial, parecía una cuenta regresiva en Cabo Cañaveral –¿Kennedy?-: tres, dos, uno… CERO. Números inexplicables, como toda su trayectoria en un Mundial donde empezaron jugando como un aspirante al título para luego evaporarse sin dejar rastro ni en la memoria del aficionado más entusiasta. Fue la definición de anticlímax. Inglaterra volvió a casa haciendo el mínimo ruido y el equipo rápidamente se disgregó. El capitán Mick Mills, una roca en la defensa del Ipswich Town, Brooking y Keegan nunca más jugaron con la selección. Steve Coppell tuvo que retirarse poco después por una lesión y jugó su último partido internacional en aquella noche contra Alemania en el Bernabéu. En apenas dos años, los que tardarían los clubes ingleses en alzar su última Copa de Europa en este ciclo glorioso, sólo Peter Shilton, Kenny Sansom, Terry Butcher, Glenn Hoddle, Bryan Robson y Ray Wilkins sobrevivían de entre los 22 que viajaron a España. Cuando Inglaterra jugó contra Alemania las semifinales de Italia 90 en Turín, sólo Shilton quedaba de este equipo.

Quizá fue debido a los muchos y rápidos cambios que el nuevo seleccionador Bobby Robson hizo en el equipo que el recuerdo de este grupo se perdió. Esos dos estériles partidos jugados en la capital española durante el verano del 82 tampoco ayudan, como tampoco lo hace el recuerdo violento de Bilbao y Madrid. En apenas tres años, los clubes ingleses estarían sancionados en Europa, debido al desastre de Heysel. La violencia se tornaría incontrolable en Inglaterra, provocó un movimiento que eliminó las terraces y creó estadios sin localidades de pie. La cultura hooligan debía desaparecer y poco a poco lo hizo, llevando a Inglaterra hacia una nueva etapa, la de la Premier League, dejando los oscuros días de los setenta y ochenta en el –nunca grato- recuerdo.

En todo caso, éste fue el segundo equipo que volvió a Inglaterra invicto tras un Mundial y debe tener un huequecito en la historia. Después de España, la FIFA eliminó las liguillas, así que la próxima selección inglesa invicta casi seguro que traerá también la Copa del Mundo consigo. Por suerte o por desgracia, es imposible que la aventura española de Ron Greenwood y los suyos vuelva a repetirse.


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